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 Modelo urbano ideal

La ciudad de Chicago en el siglo XIX bajo la mirada de Burnham

INTRODUCCIÓN

A fines del siglo XIX, Chicago se había convertido en una de las ciudades de crecimiento más rápido del mundo, pasando de poco más de 30.000 habitantes en 1850 a más de 1.000.000 en 1890. Como señala el Booklet oficial del Plan de Chicago, “la población aumenta con tal rapidez que crea demandas de mayores instalaciones para la circulación por toda la ciudad” (McClendon, pág. 29). El vertiginoso aumento demográfico, impulsado por la industrialización y la llegada masiva de inmigrantes, transformó su paisaje urbano en un escenario caótico, donde el progreso técnico convive con la desigualdad y la desorganización. En ese contexto, Chicago se convirtió en el laboratorio de una nueva idea de ciudad. La Exposición Universal de 1893, dirigida por Daniel H. Burnham, fue mucho más que un evento cultural; representó un manifiesto sobre cómo debía pensarse el futuro urbano. La llamada “Ciudad Blanca” fue una maqueta ideal, un modelo donde la estética y la planificación se unían para proponer una visión civilizadora del espacio público, según Burnham.

Esta búsqueda de armonía dio origen al City Beautiful Movement, que entendía la belleza como una herramienta de transformación social. Como expresó Burnham (pág. 4), “La Exposición Universal de 1893 fue el comienzo, en nuestros días y en este país, de la disposición ordenada de amplios espacios y edificios públicos” . Detrás de esa aspiración estética había una idea profundamente política: si el entorno urbano podía moldear las conductas, entonces el orden visual también podía producir ciudadanos más disciplinados, cívicos y modernos.

Pocos años después, ese ideal tomó forma concreta en el Plan de Chicago de 1909, donde Burnham intentó trasladar el sueño de la feria a la escala de toda la ciudad. Con avenidas amplias, parques interconectados y un frente costero público, el plan proponía una metrópolis planificada, eficiente y monumental, mostrando que la planificación urbana se concebía como un instrumento de regeneración moral y social.

Para comprender la profundidad de este fenómeno, este trabajo aborda tres ejes fundamentales —monumentalidad y simetría, innovación tecnológica y constructiva, y lenguaje arquitectónico— que explican cómo la feria y el posterior Plan de Chicago lograron articular un modelo urbano con pretensiones morales, estéticas y técnicas.

Estos tres ejes se seleccionaron porque condensan los aspectos más significativos del ideal urbano de finales del siglo XIX. La monumentalidad y la simetría responden al deseo de construir una ciudad ordenada y moralmente elevada; la innovación tecnológica materializaba la fe en la ciencia y la industria como motores del cambio; y el lenguaje arquitectónico ofrecía una narrativa visual coherente que daba sentido simbólico a ese orden. En conjunto, configuraron una nueva forma de entender la ciudad moderna.

Este trabajo propone analizar cómo la Feria de 1893 y el Plan de Chicago de 1909 introdujeron nuevos conceptos de expansión, estética, planificación, modernidad e impacto, y de qué manera estos ideales fueron reinterpretados con distintos grados de éxito en otras ciudades.

FERIA 1893

La Feria Mundial de Chicago de 1893, conocida como la Exposición Colombina, representó un acontecimiento decisivo en la historia de la arquitectura y la planificación urbana de Estados Unidos. Organizada para conmemorar los 400 años del viaje de Cristóbal Colón, surgió en un contexto de profundos cambios: la rápida industrialización, el crecimiento demográfico y las tensiones sociales propias de la ciudad moderna. Chicago, aún marcada por el incendio de 1871, buscaba reafirmar su imagen como símbolo del progreso americano. La exposición no solo exhibió avances tecnológicos y artísticos, sino que propuso un modelo de ciudad ideal, donde los principios de orden, monumentalidad y armonía espacial se materializan de manera tangible. Dentro de este marco, tres conceptos fundamentales definen la relevancia de la feria y su influencia posterior en el urbanismo estadounidense.

1. Monumentalidad y simetría:

A fines del siglo XIX, Chicago era una ciudad en expansión explosiva y sin un plan rector. Su crecimiento horizontal se organizaba sobre una retícula rígida, impuesta sin atender al relieve ni a los flujos naturales, donde la densidad y el desorden convivían con la infraestructura industrial y los espacios residuales, entonces, la feria propuso una ciudad dentro de la ciudad. En Jackson Park organizaron el conjunto con ejes rectos, plazas como nudos y remates claros. La simetría no fue decorativa: permitió que cualquiera entendiera por dónde entrar, qué mirar y hacia dónde continuar. Alineaciones continuas, ritmos repetidos y una altura relativamente pareja hicieron que muchos edificios distintos se percibieran como una sola figura urbana.

La monumentalidad operó como herramienta de lectura y de conducta: amplió secciones, encuadró perspectivas y jerarquizó accesos para ordenar multitudes sin carteles ni barreras, solo con forma y proporción. El contraste con la ciudad cotidiana fue fuerte: frente al damero congestionado, la feria ofreció claridad axial, vacíos cívicos bien definidos y bordes que contenían el agua y los recorridos sin perder continuidad.

Esa claridad espacial no se sostiene sola: necesita un respaldo técnico que permita cubrir grandes luces, mover y abastecer a miles de personas, iluminar de noche y montar rápido.

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Plano de la feria (1892, Knight and Leonard)

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Perspectiva aérea de la feria (1892, Knight and Leonard)

2. Innovación tecnológica y constructiva:

La feria incorporó materiales y técnicas de vanguardia para la época: estructuras metálicas, electrificación y sistemas hidráulicos, en sintonía con lo que ya venía ocurriendo en el centro de Chicago, donde el distrito de negocios experimentaba la irrupción del esqueleto metálico, el ascensor y la fachada no portante, como menciona Giedion, “Los arquitectos de la Escuela de Chicago empleaban un nuevo tipo de construcción: el esqueleto de hierro. En esa época se le llamaba simplemente ‘la construcción de Chicago.” (pág. 384).

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Imagen nocturna de la feria (The Atlantic, 1893)

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Interior del edificio de agricultura (The Atlantic, 1893)

Esa lógica de separar soporte y piel inspiró a la feria: pórticos y cerchas de gran luz para liberar plantas, modulación repetitiva para acelerar el montaje y envolventes livianas capaces de unificar la apariencia sin penalizar peso ni plazo. A la capa estructural se sumó una red eléctrica centralizada que permitió extender el uso nocturno, jerarquizar recorridos mediante luz y alimentar fuentes y servicios. La hidráulica se diseñó como infraestructura: bombeo y recirculación para espejos de agua estables, control de niveles y desagües coordinados con los flujos peatonales, de modo que el paisaje operara también como ordenador funcional.

En conjunto, la feria operó como máquina urbana temporal: estructura moderna, piel industrializada y redes que sostienen el uso continuo, demostrando que el espacio público masivo depende de su base técnica tanto como de su traza. El paso siguiente era definir cómo se vería todo ese sistema: un lenguaje arquitectónico común que unificara autores y otorgara dignidad cívica al conjunto.

3 . El lenguaje arquitectónico

El lenguaje arquitectónico elegido —el neoclasicismo— fue el eje visual y simbólico del proyecto. Su selección respondió a la necesidad de expresar orden, moralidad y progreso en una ciudad marcada por el caos industrial. Daniel Burnham y los arquitectos de la feria buscaron unificar estilos bajo una estética coherente, recurriendo a columnas, simetrías y fachadas blancas que evocaban pureza y civilización.

El resultado fue la White City, un conjunto monumental que transformó el espacio urbano en un modelo de armonía ideal, subrayando la fuerza del lenguaje clásico como instrumento de cohesión visual. En un contexto social fragmentado, la arquitectura se utilizó como una herramienta simbólica de orden. Tal como señala Benevolo, “la ciudad moderna requería nuevos instrumentos, aptos para las distintas condiciones” (Pág. 84), y el clasicismo funcionó precisamente como ese instrumento: una respuesta estética frente a la incertidumbre social y moral.

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La Feria Mundial de Chicago de 1893 puede entenderse, entonces, como un laboratorio de ideas donde se ensayaron los fundamentos del urbanismo moderno norteamericano. Su estructura monumental, el uso innovador de la técnica y el empleo de un lenguaje arquitectónico unificador no solo definieron la estética de la “Ciudad Blanca”, sino que también establecieron un nuevo modo de concebir la relación entre forma, función y sociedad. Sin embargo, lo que en la exposición se presentó como modelo ideal debía aún enfrentarse al desafío de trasladarse a la escala real de una metrópolis viva y compleja. En esa transición del escenario efímero al proyecto urbano permanente se encuentra el punto de partida del Plan de Chicago de 1909, donde Daniel Burnham buscó transformar los principios simbólicos y formales de la feria en una estrategia concreta de planificación para toda la ciudad.

Edificio administrativo

Edificio de máquinas

Edificio de gobierno

PLAN DE CHICAGO

El Plan de Chicago de 1909, desarrollado por Daniel Burnham y Edward H. Bennett, puede considerarse una prolongación conceptual de los principios explorados en la feria. Surgió en un contexto en el que las ciudades estadounidenses experimentaron un crecimiento acelerado producto de la industrialización, el auge del comercio y la expansión del transporte ferroviario. Chicago, en particular, se había convertido en un centro neurálgico de producción y movilidad, pero también en un espacio marcado por la congestión, la desigualdad y la falta de planificación. En este escenario, el plan representó una respuesta al caos urbano de la modernidad industrial: mientras que la exposición fue temporal, sus ideas sobre orden, monumentalidad y armonía espacial se trasladaron a un proyecto urbano permanente, que buscaba organizar la ciudad tanto en términos estéticos como funcionales, atendiendo parcialmente a la dimensión social del espacio público.

1. Monumentalidad y simetría:

Tras el ensayo ferial de eje–alineación–remate, el Plan de Chicago lleva esa misma gramática a escala metropolitana. Sobre la retícula existente, introduce diagonales para conectar nodos, convierte arterias en grandes bulevares, fija plazas en cruces estratégicos y encadena vistas hacia remates cívicos, “en el centro de todas las diversas actividades de Chicago se alzará la imponente cúpula del centro cívico, vivificando y unificando todo el conjunto” (Daniel Burnham, Pág. 118). El frente lacustre se estabiliza como vacío monumental continuo: un borde público que organiza la lectura del conjunto. El objetivo no fue solo “hacer grande”, sino hacer legible la ciudad: una jerarquía clara de trazas y espacios que orienta desplazamientos, concentra usos públicos y coloca a los edificios institucionales como anclas del sistema.

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Plano del sistema completo de circulación vial; estaciones de ferrocarril; parques, circuitos de bulevares y arterias radiales; muelles recreativos públicos, puerto deportivo y muelles para embarcaciones de recreo. (Plan of Chicago, 1909).

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Centro cívico, imagen de Jules Guerin (1909)

En esa clave, la monumentalidad deja de ser decorado para volverse método de orden urbano: el espacio cívico se arma y modelan el comportamiento colectivo. Como señala Peter Hall, “Iba a restaurar la armonía visual y estética perdida, de modo que se creara el ambiente físico necesario para que de él pudiera surgir un armonioso orden social” (Pág 190).

2. Innovación tecnológica y constructiva:

Las innovaciones técnicas que habían sorprendido en la feria (la electricidad, las estructuras metálicas, los sistemas de agua y transporte) se transformaron en infraestructuras permanentes para sostener el funcionamiento urbano. Burnham concibió la ciudad como un organismo coordinado, donde la técnica debía garantizar eficiencia y bienestar. El plan integró nuevas redes de transporte, saneamiento y servicios públicos, extendiendo a la escala metropolitana la idea de “laboratorio urbano” que había nacido en la exposición.

Como se advierte en el propio booklet del Plan (pag 6) “El Plan de Chicago no inventó nuevas soluciones a todos los problemas de la región. Algunas, en particular las necesidades sociales y de vivienda, se consideraron fuera del alcance”

En este marco, la técnica proporcionaba la base material para el funcionamiento de la ciudad, pero Burnham entendía que la infraestructura por sí sola no podía articular una identidad urbana. De allí surge la necesidad de un lenguaje arquitectónico unificador, capaz de dar forma visible a ese orden técnico y convertirlo en una experiencia cívica coherente

Sin embargo, esta limitación evidencia una continuidad conceptual: tanto la feria como el plan confiaban en la tecnología como medio de progreso y orden social, incluso cuando el ámbito social no se abordaba de manera directa.

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Tránsito de Chicago, 1909, Frank M. Hallenbeck

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Plano del Plan de Chicago (Club Comercial de Chicago) Diagrama del centro de la ciudad, que muestra la disposición propuesta de las estaciones de ferrocarril.

3. El lenguaje arquitectónico

El Plan concebía la arquitectura como un medio esencial para expresar los valores cívicos de la ciudad moderna. Para Burnham y Bennett, planificar la ciudad implicaba un acto arquitectónico integral: la forma urbana debía pensarse como un todo coherente, pues “toda consideración que afecta la planificación de una ciudad en su conjunto es verdaderamente arquitectura, y dondequiera que haya previsión y relación entre una parte y otra, la mente encuentra su mayor satisfacción” (Burnham & Bennett, Pág. 89).

Este principio se materializó en un lenguaje clásico llevado a escala metropolitana, donde la monumentalidad y la simetría no solo definían edificios, sino sistemas urbanos completos. El clasicismo organizaba avenidas, plazas, fachadas institucionales y el frente lacustre como una gran composición unificada. De este modo, los espacios públicos adquirían dignidad cívica y continuidad formal, y la ciudad misma se convertía en una arquitectura expandida, capaz de transmitir orden, estabilidad y carácter colectivo.

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Ilustraciones Plan of Chicago Booklet, Dennis McClendon (2008)

Finalmente, la conexión entre la feria y el Plan de Chicago ilustra cómo la experimentación temporal puede influir en la planificación urbana permanente, con un impacto social y estético duradero. La feria mostró un modelo de ciudad organizada y armoniosa que fue trasladado a la ciudad real, influyendo en el desarrollo urbano de Chicago y, posteriormente, en otras ciudades estadounidenses que adoptaron principios similares de orden, monumentalidad y espacios públicos integrados. Este legado prepara el terreno para analizar, en la conclusión, cómo la experiencia de la Feria de 1893 trascendió Chicago, sirviendo como referencia para proyectos urbanos en otras ciudades, y mostrando la relación entre innovación arquitectónica, planificación urbana y transformación social.

CONCLUSIÓN

El legado de la Feria y el Plan trascendió su tiempo y su geografía, proyectándose sobre el desarrollo urbano de los Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo XX. Las ideas de monumentalidad, innovación tecnológica y lenguaje arquitectónico se convirtieron en ejes conceptuales que guiaron transformaciones urbanas en ciudades como Washington D.C., Cleveland, San Francisco y Denver. Sin embargo, en otras ciudades industriales como Detroit o Filadelfia, las profundas desigualdades sociales y la falta de recursos limitaron la concreción de esos ideales, evidenciando la tensión entre la utopía estética y la realidad social de la metrópolis moderna.

Los tres ejes seleccionados fueron determinantes tanto en los logros como en las limitaciones del movimiento. Benévolo advertía que, “dado que los males conciernen a la ciudad en conjunto, los remedios tienen que ser igualmente de orden general, y corresponden a la autoridad pública y no a cada uno en particular”  (Pág. 89) . Esta reflexión resulta clave para comprender que la monumentalidad, sin un respaldo institucional y social amplio, corría el riesgo de quedarse en un gesto decorativo más que en una herramienta de transformación urbana.

La innovación tecnológica, por su parte, ofreció soluciones constructivas revolucionarias, como el uso del acero o el ascensor, que cambiaron la forma de pensar la verticalidad y la densidad. Giedion señala que “la Escuela de Chicago, al introducir el esqueleto de hierro, transformó el aspecto de una gran ciudad moderna” (Pág. 190), integrando la técnica al discurso de la modernidad. Este proceso también consolidó una mirada productivista sobre la arquitectura, “fue considerada un instrumento más como las máquinas y evaluada en términos de su capacidad para reducir los costos y aumentar la producción” (Iglesias, Pág. 18). Esta concepción refleja una nueva racionalidad económica que, si bien potenciaba la eficiencia, a veces relegaba la dimensión humana del espacio urbano.

Por último, el lenguaje arquitectónico, de base clasicista, logró articular una identidad visual coherente en las ciudades, pero su rigidez estilística entró en conflicto con las tendencias modernas que emergieron con fuerza en las primeras décadas del siglo XX. Sennett señala que,  “Llevó esta primacía de lo estético hasta el punto de “eliminar todo indicio de practicidad”, privilegiando los espacios abiertos y de baja densidad como modelo de civismo urbano” (Pág. 287), lo que revela cómo el ideal de belleza urbana podía tensionarse con las necesidades reales de la ciudad industrial.

En definitiva, el impacto del City Beautiful reflejó tanto el optimismo como las contradicciones de una sociedad en acelerado crecimiento, que buscaba reconciliar el progreso técnico con los valores cívicos. Chicago se erigió como el laboratorio de ese impulso transformador: una ciudad que aspiró a ser modelo de modernidad y orden, pero que también expuso los límites de imponer la estética como remedio universal a los problemas sociales. Su legado no se limita a la monumentalidad de sus avenidas ni al brillo de su arquitectura, sino a la reflexión perdurable que dejó sobre cómo construir ciudades donde el progreso material no desplace el aspecto humano de lo urbano.

BIBLIOGRAFIA

Benevolo, L. (1960). Historia de la arquitectura moderna. Barcelona: Gustavo Gili.

 

Burnham, D. H. (1893). Speech at the World’s Columbian Exposition. Chicago: Exposition Records.

 

Burnham, D. H., & Bennett, E. H. (1909). Plan of Chicago. Chicago: The Commercial Club.

 

Giedion, S. (1941). Space, Time and Architecture: The Growth of a New Tradition. Cambridge, MA: Harvard University Press.

 

Hall, P. (1988). Cities of Tomorrow: An Intellectual History of Urban Planning and Design in the Twentieth Century. Oxford: Blackwell.

 

Iglesias, R. (1998). Arquitectura historicista: pensamiento y producción en el siglo XIX. Buenos Aires: Nobuko.

 

Sennett, R. (2018). Building and Dwelling: Ethics for the City. New Haven: Yale University Press.

Dennis McClendon (2008). Plan Of Chicago Booklet, Chicago CartoGraphics.

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